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El poder de las preguntas para regular tus emociones y recuperar el equilibrio emocional

Las emociones son una respuesta natural ante las experiencias y los estímulos que recibimos a lo largo del día. Sin embargo, en ocasiones, estas emociones pueden desbordarnos y generar reacciones que no son tan útiles para nuestro bienestar. Por eso es importante aprender a regularlas.

Una de las herramientas más poderosas para regular nuestras emociones son las preguntas reflexivas. Las preguntas bien formuladas nos permiten detenernos un momento, observar lo que estamos sintiendo y tomar decisiones conscientes sobre cómo reaccionar.

Las emociones nacen en la amígdala, una parte de nuestro cerebro relacionada con las respuestas rápidas ante el peligro o situaciones emocionales intensas. Sin embargo, cuando una emoción nos está llevando al límite, las preguntas reflexivas son como un freno que nos conecta con la corteza prefrontal, la parte de nuestro cerebro que se ocupa de tomar decisiones, planificar y pensar a largo plazo. Al activarla, podemos evitar reacciones impulsivas y regular nuestras emociones de manera más efectiva.

¿Por qué las preguntas pueden ser tan poderosas?

Las preguntas que nos hacemos cuando estamos experimentando una emoción pueden influir profundamente en cómo procesamos esa emoción y, en última instancia, cómo nos comportamos. Pero no todas las preguntas son igual de útiles. Algunas pueden empeorar la situación si alimentan el ciclo de la emoción, como las preguntas que nos colocan en un lugar de víctima o las que juzgan a la persona:

  • «¿Por qué siempre me pasa esto a mí?»
  • «¿Por qué eres tan torpe?»

Este tipo de preguntas suelen alimentar la emoción negativa, manteniéndola viva y perpetuándola. En cambio, hay preguntas que pueden desactivar la intensidad emocional y ayudarnos a tomar el control:

  1. ¿Qué estoy sintiendo?
    A veces, simplemente ponerle nombre a lo que estamos sintiendo puede reducir el poder de la emoción. Reconocer si estamos sintiendo ira, tristeza, miedo o ansiedad es el primer paso para comprender lo que está sucediendo dentro de nosotros. Este acto de reconocimiento puede ayudarnos a tomar conciencia y tomar distancia con la emoción.
  2. De 1 a 10, ¿qué nivel de emoción estoy sintiendo?
    Medir la emoción nos permite observarla de manera más objetiva. Si la emoción está en un nivel bajo o moderado, podremos trabajar con ella. Si está en un nivel muy alto (por ejemplo en el caso de la ira cuando llega a un punto que no se puede controlar), será necesario esperar a que la intensidad descienda. Una vez que la emoción haya aminorado, es útil practicar la autorreflexión para entender la raíz de lo que estamos sintiendo, explorar cómo hemos llegado a ese punto y cómo podemos gestionar mejor nuestras emociones en el futuro.
    Es importante realizar esta autorreflexión con amabilidad hacia uno mismo, sin juzgarse, para poder entender qué nos está mostrando esa emoción y cómo podemos gestionar la situación de una mejor manera en el futuro.
  3. ¿Esta emoción me está ayudando o me está perjudicando?
    Esta es una de las preguntas más poderosas que puedes hacerte. Reflexionar sobre si la emoción que estamos experimentando tiene un propósito funcional o si está simplemente drenando nuestra energía puede darnos una nueva perspectiva. Por ejemplo, si sentimos miedo antes de una presentación, ese miedo puede ayudarnos a prepararnos mejor y a estar alertas. Pero si el miedo se vuelve abrumador, puede paralizarnos. En ese caso, podemos utilizar preguntas para regular la emoción y llevarla a un nivel funcional.

¿Cómo las preguntas pueden ayudarte a regular emociones disfuncionales?

Cuando una emoción se vuelve desbordante o disfuncional, las preguntas nos permiten ponerle freno. Tomemos el ejemplo de la ira. Si no regulamos nuestra ira, puede llevarnos a reaccionar impulsivamente, herir a otras personas o tomar decisiones de las que luego nos arrepentiremos. Sin embargo, al hacernos preguntas como las mencionadas anteriormente, podemos detener el impulso de la emoción y evaluarla racionalmente.

De la misma forma, en situaciones de ansiedad o miedo, que a menudo están relacionadas con pensamientos catastrofistas o anticipación de lo peor, las preguntas nos ayudan a desacelerar esos pensamientos y redirigir nuestra energía hacia soluciones más prácticas. Por ejemplo, podemos preguntarnos:

  • «¿Es este miedo es real, está ocurriendo ahora o solo estoy imaginando lo que creo que podría pasar?»
  • «¿Qué es lo peor que podría suceder, y cómo podría afrontarlo?»

Este tipo de preguntas nos ayudan a ganar perspectiva y nos permiten tomar decisiones más calmadas y racionales.

Por lo tanto…

Las preguntas son una herramienta poderosa para regular nuestras emociones. Nos permiten tomar el control de nuestras respuestas y reducir la intensidad emocional, lo que nos ayuda a tomar decisiones más sabias y recuperar el equilibrio.

Si sientes que ciertas emociones te están desbordando, intenta usar estas preguntas como una forma de frenar el impulso y evaluar la situación de manera más objetiva. Con el tiempo, verás cómo este pequeño cambio puede hacer una gran diferencia en cómo manejas tus emociones y cómo te relacionas con los demás.

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